El timbre se escuchó a lo lejos, amortigüado a unos oídos en estado inconciente. Una voz pronunció su nombre al notar que los primeros llamados parecían no tener efecto. Sus ojos se entreabrieron y después de unos momentos logró levantarse. Notó que el reloj solo había avanzado unas cuantas horas, y también que se había perdido su primera clase. Se escuchó nuevamente la voz y entre maldiciones musitadas abrió la puerta. Se quedó en silencio, anonadado.
Portaba la blusa que le había regalado por su cumpleaños, sobre su cuello se enroscaba una chalina blanca tan larga que descansaba bajo las curvas de sus pechos. La notaba más alta gracias a las botas de tacón y terciopelo moradas a juego con su blusa. Detrás de unos lentes que resaltaban el café de sus pupilas, se hallaba la mirada que hacía algunos días creía haber perdido. Sus caireles deslumbraban aun bajo la sombra de cualquier nube, más en los ojos aun adormilados que la contemplaban.
Sus labios citaron una sonrisa y de pronto la tenía entre sus brazos. Su boca no soportó más los centímetros y besó sus delgados labios, sus manos la tomaban por la cintura al tiempo que las de ella acariciaban la maraña de su densa cabellera. Avanzaron en reversa sin perder el exquisito sabor del saludo. No importaba el pasado ni el futuro, las heridas ni el tiempo. Los miedos se desvanecían porque sus cuerpos se sintieron vivos nuevamente.
Su polo negra y bermuda yacían en el frío azulejo, y sin saber cómo, la luz ya abrazaba las curvas de ella. La rodeo y el olor a fresa impregnado en su cabello provocó que su virilidad exigiera libertad. La tomó por detrás, sus pechos le llenaron las manos, le besó el cuello, los hombros y su agitación ya comenzaba a colarsele en sus oídos. Con sus llemas recorrió su suave espalda, sintió los hoyuelos en su lumbares y notó un ligero tiriteo cuando subió por su columna.
Lentamente se puso frente a ella; sus manos bajaron hasta sus caderas y las descansó sobre sus nalgas, las apretó y en un movimiento que ella apoyó, la cargó y la aprisionó contra el muro central de la sala. Sus piernas lo abrazaron con la fuerza necesaria para impedirse caer. La altura permitió que él acercara su boca para morder suavemente la dureza de sus pezones, recorrió su pecho pasando por el collar que denotaban sus huesos y se encontró nuevamente en sus labios. Tenía una voz dulce, hecha para susurrar, y musitando le pidió que la hiciera suya.
La recostó sobre el sofá grande. Sus manos recorrieron cada centímetro de su vientre y tras ellos, su boca depositaba besos a cada uno de sus lunares. Sintió su humedad con el pulgar y su lengua recordó el sabor de su sexo, provocándole a ella un arqueo incontenible a su espalda a la vez que sus dedos se cerraban en torno a sus negros bucles.
Lo guio hacia su interior, cerrando los ojos al sentirlo dentro, lo abrazó con sus piernas, haciendo mas presión sobre su miembro. Sus uñas comenzaron a herir su espalda, trazando un mapa ilegible, quizá mas adelante podría leersele el camino de una pasión incontenible. Intercambiaba ligeros gemidos con cada embestida, éstas, cada vez eran más rápidas y entonces sus pulmones comenzaron a perder la noción de la intensidad, hasta que él emitió un grito y derramó licor en su interior. Los corazones acelerados solo interpretaban la intención de hacerlo nuevamente.
Pareciera que el tiempo se ralentiza, como si la escencia del mismo se desvaneciera, como imponiéndole a la arena que no ceda ante la gravedad, solo para volverlos inmortales, pues no existe el cansancio ahí donde se pretende que los momentos sean eternos.
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